El trastorno obsesivo compulsivo (TOC) es un trastorno de ansiedad que se presenta cuando una persona queda atrapada en un ciclo de pensamientos intrusivos no deseados. Estos pensamientos desencadenan sentimientos angustiantes y hacen que la persona se sienta obligada a tener comportamientos repetitivos, compulsiones.
Lea la siguiente historia de Hillary acerca de sus batallas diarias con el TOC y cómo ha logrado encontrar el equilibrio entre una vida normal y el trastorno.
Los síntomas del TOC
En 1988 desperté como una niña diferente a quien solo le preocupaban los gérmenes y la muerte. Estos pensamientos me llevaron a tener mantras que decía antes de ir a la cama para que todos estuvieran seguros; iba de un lado a otro y repetía casi cada movimiento que hacía. Escondía las malas calificaciones para que mis padres no las vieran, no porque temiera las consecuencias, sino porque una mala calificación implicaría que no era una niña perfecta.
Esas conductas aumentaron conforme crecía; los pensamientos se volvieron más arraigados. Estaba más confundida. Me preguntaba qué me pasaba. ¿Toda la gente anda por su casa y revisa cada rincón antes de irse a dormir para comprobar que su familia estará segura?
Las citas con el médico se volvieron una tortura para mí; nadar en una piscina pública equivalía a meter la mano en heces. La escuela se volvió difícil: no podía escribir una oración completa sin reescribirla; no leía un libro o un libro de texto debido al sonido en mi mente que me indicaba que lo había hecho mal.
Todos los años rezaba para que en el siguiente estuviera mejor. Vivir en ese infierno privado, el cual alguien notó y me llamó “excéntrica”, era agotador.
Mi TOC durante la universidad y después
En 1997 terminamos el verano con unas vacaciones y yo contaba los minutos para estar ya en casa en mi espacio seguro. Dos días después me fui a la universidad. En menos de una semana ya estaba empacando mis bolsas de basura y mudándome del campus. La vida comunitaria no era lo mío. Para mi sorpresa, tampoco lo era vivir en un apartamento. Mirara donde mirara me seguían los angustiantes pensamientos que me decían que tuviera diferentes conductas para sentirme mejor.
Con el apoyo de amigos encontré a una psicóloga y obtuve respuestas para mis “excentricidades”. Tenía TOC clásico, según me dijo. No había nada clásico en mi TOC; era TOC y eso es horrible. Me recetaron un cóctel de medicinas que después averigüé que no actuaban contra los síntomas del TOC. Cada semana que fui a terapia y hablaba y hablaba, recuerdo que regresaba a mi apartamento con esperanzas. El TOC simplemente controló mi vida cada vez más. Decidí hacer una pausa con esa terapeuta.
No tenía idea de las curvas y baches que me encontraría después de dejar la terapia. En el área rural donde vivía, el TOC aún era bastante desconocido y, para el público en general, el estigma era enorme. Mis compañeras de la hermandad hasta me dieron el premio de “la más loca” a causa del TOC. Estuve llorando varios días. No quería que me juzgaran como loca.
Más adelante en mi trayectoria profesional, mis compañeros de trabajo me daban cosas que estaban contaminadas solo para molestarme. La sociedad no tenía idea de la tortura que sufría, solo mis padres lo sabían.
Mi familia estaba muy enterada en materia de TOC e hizo todo lo posible por ayudarme en mi odisea. Los rituales y las obsesiones se fueron transformando, hasta que finalmente hicieron que dejara en suspenso mis estudios durante uno o dos años. Además, perdí empleos y casi perdí mi carrera, destruí amistades y la diversión estuvo fuera de mi alcance por un tiempo.
Equilibrando mi TOC
En los últimos 20 años he tenido cinco estancias residenciales, he sido hospitalizada varias veces y he recibido horas de tratamiento de exposición y prevención de respuesta. Varios terapeutas, psiquiatras y medicamentos; el TOC es la razón por la que a la temprana edad de 25 años se consideraba que tenía una discapacidad y ya contaba con Medicare.
Varios médicos han dicho que soy resistente a los tratamientos o que quizá deberían intentarlo con cirugía cerebral. Estos comentarios solo consolidaron mis temores de que tengo una bestia que no puede controlarse.
Ahora, a los 40, sigo buscando tranquilidad o una pausa de mis pensamientos y tediosos rituales. Este otoño me enfrenté a mi temor más grande, pero no me derrumbé, solo tropecé. Perdí a mi madre. En la última semana de vida de mi madre, me dijo muchas veces: “tienes que estar bien”. Mi respuesta, para su tranquilidad y tratando de no derramar las lágrimas fue: “lo estaré, mamá”.
Para muchos, me veo bien, voy al trabajo, tengo un consultorio de terapia en auge, como, juego al golf, paseo a mi perro, vivo sola; pero por dentro no estoy “bien”, todos los días equilibro los pensamientos del TOC y los pensamientos normales. Nadie ve lo que sucede a puerta cerrada, lo cual es un caos en mi casa y en mi cerebro. Quiero que mi “estar bien” sea sin el caos, ese sueño que mi madre había querido para mí.